Nos conocemos y re-conocemos desde ese núcleo que nos sostiene, que nos abraza. Habitamos en el tacto sutil de una mañana, acompañados, en pareja, solos o en familia. La forma da igual, al final, somos nuestro hogar y de quienes resguardan nuestros secretos.

Siempre he admirado la forma en la que los caracoles habitan de diferentes maneras en las ramas secas. Cuando la primavera da paso al verano, aumenta la temperatura y se agrupan en racimos. En esta época del año ni siquiera el rocío de la mañana puede aliviar su estrés hídrico. Para superar estas condiciones los caracoles terrestres entran en un estado de letargo en el que su metabolismo y pulsaciones se reducen al mínimo. Los caracoles cierran su concha casi herméticamente para protegerse del aire caluroso.

Así, sobre una rama, habitan juntos. Se acompañan desde la quietud. Como lo hacemos nosotros. Cada uno en su refugio.